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06/09/2024

“Un puñado de flechas”: otro experimento biográfico y el misterio de María Gainza

Fuente: telam

El último libro de la autora es una reflexión sobre cómo las experiencias artísticas y personales se entrelazan, destacándose por su enfoque profundo y confesional

>La primera y acaso la única preocupación deCreo que no incurro ya, de entrada, en un spoiler, si les revelo por qué este libro se llama así, y esto porque esa información no solo está en el primer capítulo sino también en la contratapa. El título refiere a algo que Francis Ford Coppola le dijo a María Gainza, narradora y esquiva protagonista de este libro, cuando, en 2008, se instaló en Buenos Aires para filmar Tetro: “El artista viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas doradas. Puede lanzar todas las flechas de joven, o lanzarlas de adulto, o incluso ya de viejo. También puede ir lanzándolas de a poco, espaciadas a lo largo de los años. Eso sería lo ideal, pero ya sabés que lo ideal es enemigo de lo bueno”.

Esa inquietante reflexión que hace un director de cine que por entonces orillaba los 70 años y seguramente intuía que su carcaj, del que en otros años había sacado flechas afiladísimas, ya estaba vacío –Tetro es una película imposible y, al parecer, la reciente Megalópolis también lo es– inaugura un libro que, desde allí, resulta el más reflexivo y confesional –diría, incluso, el más íntimo– de los tres que publicó María hasta ahora. De hecho, este libro funciona como una suerte de ars poética y también de balance. Creo, entonces, que esta es la ocasión propicia para preguntarnos, junto con María y su nuevo libro, en qué blanco dieron las flechas doradas que hasta ahora disparó. En otras palabras: creo que esta es la ocasión propicia para empezar a dilucidar cuáles son los rasgos que distinguen ese territorio literario conquistado a punta de flecha al que podríamos llamar, apropiándonos de un término que propone el epílogo de este nuevo libro, la “zona Gainza”.

La retórica llama écfrasis al procedimiento que consiste en “la representación verbal de una representación visual”. La de María es –me perdonarán el neologismo– una literatura ecfrástica en la cual la pluma –o el teclado– funge como pincel; una literatura que se lee pero que también se ve o –mejor dicho– que invita a ver. Al respecto, debo decir que hasta ahora me debatía entre pensar que los libros de María propician que uno recurra a la web –o, en el mejor de los casos, a los museos o a las galerías de arte– para conocer algo más de las obras que en ellos se mencionan o que, por el contario, al hacer eso –confieso que lo hice más de una vez– estaba incurriendo en algún imperdonable pecado de lector. Por eso sentí cierto alivio cuando, en el final de este libro, esa práctica aparece no solo explícitamente legitimada sino, además, estimulada.

Ese interés en las artes plásticas se relaciona además con un tema –quizá deba decir: con un problema– que también les da unidad a cada uno de sus libros y a los tres como conjunto: el vínculo enmarañado entre una vida y una obra. Una preocupación central de María –creo que no exagero si hablo de obsesión– es intentar saber, sin que le interese llegar a una conclusión precisa –nada le interesa menos que la “coerción siniestra” que ejercen las precisiones–, cómo y por qué se anudan una vida y una obra. María sabe que ese anudamiento es un misterio; sabe también que, como todo misterio, en contraste con el enigma o el secreto, no tiene solución. Pero como las soluciones le interesan menos que las precisiones, le parece “una hermosa pérdida de tiempo”, para decirlo con palabras de Y es además esa misma obsesión la que determina que, sin que pueda hablarse de libros biográficos, y menos aún de biografías noveladas, los tres puedan considerarse experimentos con la biografía que habilitan ese merodeo en torno al misterio de cómo se intersectan una vida y una obra. “¿Quién no arrastra algún misterio en su biografía? Hay detalles que se pierden en la noche de los tiempos y es mejor así: terminar de entender las cosas vuelve rígida la mente”, se asegura en El nervio óptico. Toda su literatura es un laboratorio biográfico en el que ensaya distintas formas de contar vidas de artista para intentar entenderlas, pero no para terminar de entenderlas: la proximidad de una revelación pero nunca la revelación (vale decir: nunca la rigidez cadavérica).

Los tres libros son, entonces, desde la primera página, resultado de la confluencia de dos búsquedas –una biográfica y una autobiográfica– que se complementan y entrelazan. María cuenta a los otros contándose a sí misma y se cuenta a sí misma contando a los otros. Y así, en las páginas de sus libros se pasa, sin solución de continuidad, como en una cinta de Moebius, de la vida propia a la vida ajena. Desde esta perspectiva, sus tres libros –en los que me gusta ver una trilogía– se presentan como una galería de retratos de artistas –y entre esos retratos, el suyo–; pero –la aclaración es importante– una galería muy particular en la que unos y otros retratos, como si además de retratos fueran espejos, se funden y confunden. Al respecto, un spoiler: a los retratos que ofrecen El nervio óptico y La luz negra, Un puñado de flechas suma, entre otros, los de Francis Ford Coppola, Bodhi Wind, María Simón, Alberto Goldenstein y Nicolás Rubió.

Y entonces, ¿qué son los libros de María Gainza? Se me escapan las razones por las cuales Un puñado de flechas no se publicó como novela, como sí ocurrió antes con El nervio óptico y La luz negra. No obstante, en reemplazo del de novela, en la contratapa aparece otro comodín crítico, uno por lo demás también adecuado a los otros dos libros; allí se asegura que “[Un puñado de flechas] rompe las barreras estancas de los géneros”. Al respecto, me preguntaba si existe otro término que defina mejor a estos tres libros y creí hallar una posible respuesta agazapada entre las páginas de la tercera parte de Un puñado de flechas.

Esa concentrada dispersión –ese difícil equilibro entre lo centrípeto y lo centrífugo que logra María en sus libros– puede recibir ciertamente el nombre de novela o de literatura que rompe las barreras entre los géneros, pero me resulta más atractivo –y más en sintonía con su literatura– llamarla “colección”. Los tres libros de María deben ser considerados como una proliferante colección de vidas y de obras: de vidas en intersección con obras.

También en este capítulo, cuando se comenta una película de Raúl Ruiz que gira en torno a un cuadro ausente en una colección, se dice que a los protagonistas “el sentido de la serie se les escapa y, sin embargo, tienen la certeza de que hay un hilo”. Una experiencia similar le ocurre al lector que se enfrenta a esa colección de vidas y obras que es la literatura de María: el sentido se le escapa pero, a la vez, está seguro de que existe un hilo que les da unidad a las partes, un hilo que eslabona delicadamente unas partes con otras. Tener acceso a esa certeza precaria –ensayo otro oxímoron: a ese esclarecido desconcierto– es uno de los muchos placeres que la “zona Gainza” depara a quienes se aventuran en ella.

[Fotos: Roxana Schoijett]

Fuente: telam

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