24/10/2024
El día que condenaron a Al Capone: la trampa de un policía y la maniobra del juez que decidió reemplazar a un jurado ya comprado

Fuente: telam
Responsable de decenas de muertes y dueño de una red de negocios ilegales, el capo mafioso más famoso de los Estados Unidos parecía destinado a vivir una vida de impunidad. Después de años de investigarlo, solo pudieron acusarlo de evasión de impuestos y estaba a punto de eludir a la justicia una vez más cuando un aviso a tiempo desbarató su jugada y lo mandó a la cárcel
>Casi al final de Los Intocables el director Brian De Palma muestra a un Al Capone (Robert De Niro) que, al ser sacado por las escaleras de los tribunales luego de escuchar su condena por evasión de impuestos, se cruza con su eterno perseguidor, Elliot Ness (Kevin Costner), lo insulta y quiere golpearlo. Más allá del logrado dramatismo, la escena de la película poco tiene de cierto. El hecho real fue mucho más tranquilo. El capo mafioso y el jefe del grupo especial de la Agencia de la Prohibición no se encontraron en la escalinata del tribunal sino en un estrecho pasillo donde un mantuvieron un cruce de palabras calmo pero cargado de ironías.
-Si fuera legítimo, te alejarías del negocio – le respondió el jefe de Los Intocables.
Con sólo 32 años era el rey del hampa de la ciudad, pero nadie podía conectarlo con esos negocios legales e ilegales, su nombre no figuraba en ningún papel y la organización que lo rodeaba -compuesta por centenares de hombres, desde matones hasta contadores- lo blindaba con un silencio de cementerio.
Hasta entonces solo había pasado, cuando era muy joven, nueve meses detrás de las rejas por el delito menor de posesión de armas, pero después de su vertiginoso ascenso a la cúspide del mundo del hampa siempre había eludido a la justicia. “Me han echado la culpa de todos los muertos, con la excepción de los de la lista de bajas de la Guerra Mundial, pero no han podido probarme ninguna”, solía jactarse.Por una vez, Capone había perdido, aunque hasta el último momento estuvo a punto de zafar otra vez. Solo un oportuno aviso de Ness y la valentía de un juez honesto le habían quitado de un solo golpe todos los ases que tenía en las manos.
Hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos proveniente de Salerno, Nápoles, Alphonse -nacido en Brooklyn el 17 de enero de 1899- y sus ocho hermanos habían vivido una infancia de privaciones. Su padre, Gabriele Capone, trabajaba como barbero, y su madre, Teresina Raiola, era costurera.
Al tuvo que dejar la escuela a los 14 años, cuando cursaba a duras penas quinto grado, expulsado por pegarle a una profesora. Durante los dos años siguientes trabajó de lo que se le presentaba. Fue dependiente en una confitería, empleado en un bowling y obrero en una fábrica de cartón.El siguiente peldaño en su carrera criminal lo dio como guardaespaldas de los mafiosos Frankie Yale y Tony “El Malo” Torelli. En eso estaba cuando una noche le hicieron las marcas en la cara que le darían el apodo con que sería famoso: “Scarface”.
Una de las tareas asignadas a Al era la seguridad de los clubes nocturnos propiedad de Yale, de los que sacaba a los borrachos molestos y obligaba a pagar a los clientes reacios a abrir sus billeteras. Con él trabajaba otro pesado, Frank Gallucio, con el que se llevaban muy bien hasta la noche que Al, borracho, insultó a la hermana de Frank, que era “copera” en el local.Contra todas las predicciones, Al y Frankie seguirían siendo amigos y cuando Capone se convirtió en jefe del hampa lo llamó a su lado para tenerlo como guardaespaldas de confianza. Frankie jamás lo traicionó.
Desde entonces, Al pasó a ser conocido como “Scarface” (cara cortada) por las tres cicatrices que le quedaron en la cara, aunque ocultaba la verdadera razón por las que las tenía y decía que se las había provocado una granada cuando combatía en Francia, durante la Gran Guerra, de la cual en realidad no había participado.Como buen chico italiano, Alphonse debía casarse y llevó al altar, como mandaba la tradición, a Mae Josephine Coughlin. Todo el mundo sabía que la novia de blanco entraba a la iglesia embarazada de quien sería el único hijo de la pareja, Albert Francis, pero nadie se hubiese atrevido a decirlo y menos en la cara del novio, que ya cargaba con por lo menos dos muertes sobre sus espaldas.El 17 de enero de 1920, casi al mismo tiempo de la llegada de Capone a Chicago, la Enmienda XVIII a la Constitución de los Estados Unidos estableció lo que pasaría a la historia como la “Ley Seca”, que prohibía a los norteamericanos el consumo de alcohol.
Para 1924 ya eran los dueños de la ciudad. Incluso habían impuesto a su candidato en las elecciones municipales después de una campaña que incluyó el secuestro de varios de sus rivales y el amedrentamiento de votantes.
“Scarface” entendió que si quería seguir expandiendo el imperio que le había legado Torrio debía tomar otras iniciativas para poder manejar el dinero. Así, a la red de negocios clandestinos, que ya nadie le disputaba abiertamente, le sumó una serie de emprendimientos legales para lavar sus ganancias. Ninguno de ellos estaba a su nombre, sino que puso al frente a testaferros con la seguridad de que no lo traicionarían. Nadie se atrevió a hacerlo porque el costo de la traición era una bala en la cabeza. Capone se convirtió entonces -o al menos lo aparentó- en un ciudadano respetado, que participaba de actividades sociales y destinaba grandes sumas a la política, la policía y las actividades de beneficencia.
El grupo de Aiello fue masacrado de manera vertiginosa: en menos de un mes los hombres de Capone mataron a todos sus miembros. El 14 de febrero de 1929, un Cadillac negro se detuvo frente a un almacén de Morán. Bajaron cuatro hombres, dos de ellos vestidos de policías, y entraron al local mientras un quinto sujeto quedaba al volante del auto en marcha. En el interior sorprendieron a siete hombres de la banda de Morán que, creyendo que se trataba de policías, no ofrecieron resistencia. Morán tenía arreglos con la autoridad, de modo que no se preocuparon. Los “policías” los hicieron alinear contra una pared y les quitaron las armas. Luego se alejaron y los fusilaron con sus metralletas.
Nadie más le disputaría a “Scarface” su reinado. Por entonces, se calculaba que había amasado una fortuna de 125 millones de dólares.
Sin rivales mafiosos a la vista, con la policía sobornada y los políticos locales comprados o amenazados, El “Rey del Hampa” -como también se lo bautizó por entonces- habría seguido reinando sin temer por su corona si la Justicia Federal no lo hubiese tenido en la mira por violar la Ley Seca y manejar el juego clandestino. Mientras un grupo de agentes de la Agencia de la Prohibición liderado por Elliot Ness y conocido como “Los Intocables” por no aceptar sobornos, lo investigaba por la venta de alcohol, el agente de inteligencia del gobierno federal Frank Wilson capitaneaba otro equipo que buscaba relacionar los ingresos de Capone con el juego ilegal.Lo lograron convenciendo al abogado Edward O’Hare, uno de los asesores de negocios de Capone, para que descifrara un incomprensible libro de contabilidad que los agentes federales habían encontrado en un allanamiento.
La primera fue “convencer” al fiscal de la causa, de apellido Johnson, para que aceptara que “Scarface” se declarara culpable a cambio de una condena de dos años de prisión en suspenso. El fiscal aceptó firmar el “acuerdo” que le presentaban los abogados de Capone, pero cuando todo parecía terminado se encontraron con un obstáculo inesperado: el juez federal James Wilkerson no aceptó el arreglo y decidió realizar el juicio.
En septiembre de 1931, cuando se seleccionaron los doce jurados que deberían dictaminar la culpabilidad o inocencia del Rey del Hampa, Capone jugó su siguiente carta para lograr la impunidad: los compró a todos haciéndoles una oferta de dinero que ninguno pudo rechazar, porque la suma era alta pero sobre todo porque negarse les costaría la vida.Entonces escuchó las primeras palabras del magistrado y dejó de sonreír mientras una palidez mortal marcó como nunca las tres cicatrices que le marcaban la cara. “El jurado puede retirarse, lo voy a reemplazar por el que está en la otra sala”, había dicho el magistrado.
El 17 de octubre, después de un largo desfile de peritos y testigos, el fiscal pronunció su alegato final: “¿Quién es este hombre? -se preguntó señalando a Capone-. ¿Es un boy scout que se encontró con un tarro lleno de oro al final de un arco iris? ¿O es Robin Hood, como sugiere su abogado? ¿Acaso pagó 8.000 dólares por una hebilla de cinturón hecha de diamantes para dársela a los pobres? No. ¿Compró 6.500 dólares de carne para regalarla? No. ¿Alguna vez se lo vio ligado a un negocio legal? No. ¡Y su abogado todavía insiste en que este hombre no tiene ningún ingreso!”.
Lo liberaron cuando había cumplido sólo seis años y cinco meses de condena, debido a su precario estado de salud. Estaba al borde de la demencia a causa de una sífilis contraída en la adolescencia y nunca tratada.
Fuente: telam