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02/11/2024

¿Por qué se suicidó el creador de El Himno a la Alegría?: la vida excéntrica y a la vez trágica de Waldo de los Ríos

Fuente: telam

El compositor argentino se convirtió en famoso en España donde terminó sus días. Estaba casado con una actriz y tenía un amante varón en los tiempos duros del franquismo

>“Hola, Waldo. Ahora no puedo hablar. Espero que estés bien. Te llamo mañana. Un beso. Adiós”. Era lo único que se escuchaba en la casa, inmensa y fría. Una voz masculina que salía de un contestador telefónico. Una y otra vez el mismo mensaje. Los dos amigos lo habían llamado varias veces por teléfono y él no había contestado. Fueron a la casa y tocaron el timbre varias veces. No hubo respuesta. Ingresaron y ahí escucharon el mensaje que se ponía más claro y más fuerte a medida que se acercaban a la habitación principal. “Hola, Waldo. Ahora no puedo hablar. Espero que estés bien. Te llamo mañana. Un beso. Adiós”. Antes de entrar ya sabían que algo andaba mal, no era necesaria demasiada perspicacia.

Era el 28 de marzo de 1977. El lugar era El Olivar, una mansión de Madrid tan desmesurada y moderna que quedó vieja muy rápidamente. Waldo de los Ríos, el productor musical más importante de esos años, compositor y pianista, un fenómeno pop que se nutrió de la música clásica a principios de los setenta, el que había trepado a lo más alto de todos los rankings con su propia versión del Himno a la Alegría, se suicidó apoyando el caño del arma debajo de su barbilla. Tenía 42 años y, en apariencia, todo lo que alguien puede desear: fama, éxito, dinero, autos únicos, poder en su ambiente. Pero no alcanzaba.

La noticia de su suicidio provocó primero sorpresa y conmoción. Como la de cualquier otra muerte prematura de una celebridad joven. Enseguida el estupor se transformó en sensacionalismo. Los medios se dedicaron con fruición, de manera inclemente a su caso. Hubo hipótesis descabelladas, chismes transformados en noticias, mentiras flagrantes. El foco se puso, alternativamente, en su esposa Isabel Pisano que vivía en Italia intentando una carrera en Cinecittá, en su homosexualidad (aunque de manera solapada, todavía no se podía nombrar ese amor) y hasta en su inclinación a las prácticas esotéricas y al ouija. Hasta que cuando las novedades se estaban acabando alguien instaló la teoría del asesinato para que la noticia permaneciera unos días más en las portadas de los diarios. Y después el lento olvido, como si nunca hubiera sido quién fue, como si nunca hubiera tenido el éxito y la influencia que tuvo.

Fue Waldo de los Ríos y fue también Frank Ferrán, como firmaba sus producciones para artistas pop. Esa música clásica para millones, con arreglos populares y el productor de recargados hits pops de casi todas las estrellas de la música española joven de principios de los setenta. Fue el innovador del folklore argentino y el que aspiraba a componer música experimental en Alemania. Fue el marido de la actriz Isabel Pisano y el amante enloquecido de Juan, un joven veinte años más joven que él. El que popularizó el Himno a la Alegría y el que suicidó de un escopetazo en su mansión madrileña. Ese fue su signo, el de la ambivalencia, el de la doble vida.

Ahogado, buscando nuevos horizontes quiso estudiar composición moderna en Europa, música de vanguardia. Sin poder conseguir la beca en Alemania (denegada por el Fondo Nacional de las Artes argentino) se instaló un tiempo en España. El italiano Rafael Trabbucchelli lo contrató como productor para la discográfica Hispavox, la más exitosa de España en esos días.

Pero sus arreglos pomposos, con vientos que se metían subrepticiamente, y cuerdas recargadas ornamentaron canciones ornamentadas que conectaron con su época. Su sonido fue el de esa España. Durante esos años España sonaba como una canción de Waldo de los Ríos. Hasta tuvo nombre propio: Sonido Torrelaguna (por el lugar en el que se encontraban los estudios de Hispavox). Muchos, muchísimos éxitos. La irrupción de Raphael (el suceso inicial fue la adaptación de un villancico), los primeros éxitos de Alberto Cortez con covers en castellano de canciones francesas e italianas, La vida sigue igual de Julio Iglesias, Por qué te vas y Yo Soy Rebelde de Jeanette, un segundo puesto en Eurovisión con Karina y hasta alguna versión de Tu Nombre Me sabe a Hierba que Serrat detestó. De esos años también es el célebre rechazó a Stanley Kubrick cuando le propuso encargarse de la banda de sonido de La Naranja Mecánica y las cortinas de varios programas de televisión como Curro Giménez o los de Chicho Ibáñez Serrador. También protagonizaba especiales en la televisión francesa. Y tuvo su ciclo semanal cuando la televisión española sólo contaba con un canal: La Hora de Waldo. Daba entrevistas semanalmente, se había convertido en un personaje rutilante de la farándula española pre Transición, su vida solía aparecer en las revistas de actualidad.

Lo empezaron a llamar el Phil Spector ibérico, el George Martin argentino: “Me establecí en España porque en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Cuando llegué el panorama era triste y desolador en materia musical. Tenían unos estudios y equipos estupendos, pero faltaban ideas. No tenían ni técnicos, ni músicos, ni gente que hiciese nada”, dijo en una entrevista.

Ese tema fue el lanzamiento de Miguel Ríos y el que le posibilitó, de alguna manera, una cerrera de medio siglo. El cantante no había sido la primera opción. Alberto Cortez fue uno de los que prefirió pasar de largo frente a lo que parecía un esperpento sin futuro. “”¡Joder!, pensé, este me hace cantar una antigualla. En esos días, yo estaba más cerca de Johnny Rivers y Encontró, sin pensarlo, casi sin ambicionarlo, una fortuna: sus arreglos lo volvieron millonario. Pero faltaba algo: nunca consiguió el prestigio que buscó con denuedo. Miguel Fernández ha escrito una biografía muy exhaustiva sobre Waldo, Desafiando el Olvido. Su vida y su muerte temprana son también el tema de un reciente documental, Waldo dirigido por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega.

Waldo de los Ríos se enamoró de Juan, alguien mucho más joven que él. Viajaban por el mundo y él le hacía regalos con frecuencia. Juan en un momento decidió dar fin a la relación. Waldo no asimiló bien la ruptura.

Miguel Fernández, su biógrafo, cree que Isabel Pisano, la esposa, conocía de la relación con Juan, que hasta en alguna oportunidad habían cenado los tres juntos. Que el matrimonio, manteniendo el afecto, había decidido que cada uno siguiera su vida sexual por su lado y evitar cualquier escándalo público.

¿Qué hubiera pasado si postergaba la decisión un tiempo? ¿Fue una decisión? O como a tantos otros se le impuso en medio de la niebla mental por los tranquilizantes, el alcohol y ese telón negro que la depresión despliega en los cerebros y las almas.

Un poco después España fue otra. Más feliz, más libre. Un país al que encendieron la democracia, el destape y la movida. Waldo habría encontrado su lugar y habría encontrado, seguramente, un ambiente más propicio para ejercer más libremente sus opciones sexuales. Seguramente, haber sido el sonido predominante de los últimos años del franquismo, haya promovido el olvido sobre su obra y figura.

Lo enloquecían los autos deportivos. Tuvo Porsche, Lamborghini y Maserati. Uno de ellos fue el Porsche Tapiro, de esos que sus puertas se abren como alas -un diseño bien setentista- era un prototipo, único, que terminó incendiado y ahora se encuentra en el museo de la fábrica. Los otros autos eran los únicos de su especie que había en toda España.

Los restos de Waldo de los Ríos están enterrados en el cementerio de la Chacarita.

Fuente: telam

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