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02/07/2025

Beatriz Sarlo, la herencia y los hombres: lo que dejó escrito en sus memorias

Fuente: telam

Está en disputa un departamento de la ensayista, que reclama el encargado del edificio frente a el hombre que es su marido legal. ¿Qué decía ella?

>“No hay tiempo para que el pasado ensucie el presente o enturbie el presente”, escribía Beatriz Sarlo al final de esas memorias que tituló, como una consigna, No entender. Donde explicaba que “no entender” fue una forma, su forma, de acercarse al conocimiento profundo, de tratar de entender. “El pasado como mancha: alejarse de él, llegar al punto de no retorno. La muerte”, escribía, en ese libro que entregó en abril de 2024, apenas unos meses antes de morir, en diciembre.

No hay tiempo para que el pasado enturbie el presente pero ¿el presente puede enturbiar el pasado? El nombre de Sarlo ahora recorre volvió a sonar pero no por sus ensayos, no por una declaración política. Se habla de Beatriz Sarlo porque dos meses después de su partida Alberto Meza, el encargado del edificio donde ella vivía se presentó a la justicia con una esquela que llevaba la firma “Beatriz Sarlo” y queEn el expediente“No hay tiempo para que el pasado ensucie el presente”, decía Sarlo, tras esa recorrida por su vida y sus pensamientos que es No entender. Pero ¿cómo entendía ella la herencia? ¿Qué pensaba de esos hombres que la habían acompañado? Aquí, algunos textuales de Beatriz Sarlo.

Un legado a superar

Mis mayores señalaban una cierta tendencia al fingimiento y pasaban por alto el esfuerzo de “hacerse”, es decir, el proceso de autoconstrucción al que me entregué desde muy temprano, presa del objetivo que me había sido asignado, aunque creyera que lo había elegido libremente. Las marcas sociales, que más tarde me ocupé de investigar, eran indelebles. Mi abuelo había sido inmigrante; sus hijas habían sido maestras; para no dilapidar la herencia, yo tenía que llegar más lejos.

El acceso a lo mejor

Un punto de partida

El gusto literario es una trama de capacidades innatas y adquiridas. No es muy diferente del gusto para vestir o catar vinos. En mi caso, las capacidades innatas tuvieron mucho más que ver con la voluntad que con la herencia recibida. Sin saberlo, me impartía una orden imposible: debo tener buen gusto. Como si dijera: tengo que ser rubia y alta.

Un recorrido

Más que un recuerdo de diferentes pasados, la enumeración parece un programa de posgrado en lo que hoy se conoce como estudios culturales.

Nunca competí con esos hombres y los ayudé cuanto pude. Una vez hechas las cuentas, recibí a cambio más de lo que di. Me interesaba en esos hombres interesadamente. Creía ser conducida por la pasión o el sentimiento, aunque primero estaba una deliberación igualmente apasionada. Me enamoraba de un oficio o de un saber de los que carecía y de lo que podía recibir del hombre que, en cada momento, era el elegido. En ese sentido, cada uno de ellos fue padre y maestro, aunque, a veces, yo pareciera ser más fuerte o estar mejor preparada para la lucha por la vida. Cada uno de esos hombres me dio lo que yo estaba buscando, aun sin saber que buscaba algo más que la relación pasional. De verdad, al principio no lo sabía. Con el tiempo, fui percibiendo que mi enamoramiento tenía siempre ese secreto, más allá del cuerpo, más allá de los sentidos y de la sensibilidad. Y, extinguida la pasión, una relación se prolongaba porque ese secreto la transformaba en amistad.

Alberto Sato, el marido

(...) Incluso desde la cama se podía ver lo que sucedía sobre el tablero, como si el observador hiciera un curso a media distancia. (...) Juntos, mirábamos libros donde había fotos de edificios que cumplían objetivos similares, obras de grandes arquitectos de quienes siempre se podía copiar algo.

Rafael Filippelli, el último gran amor

Trabajar en Chicago esas semanas fue una casualidad feliz. También lo fue que, durante una escala en Nueva York de mi vuelo de regreso a Buenos Aires, una noche haya visto a Jason Moran entrar y caminar hasta el piano en el Village Vanguard, cuya historia lo vuelve inevitable. Si uno tiene una sola noche en Manhattan, la fidelidad obliga a ir al Vanguard. Aprendí esto, como tantas otras notas musicales, de Rafael Filippelli.

La palabra “nunca”, referida al futuro, vuelve melancólica cada partida. Nunca más me sacaría las botas en los escalones de la entrada, nunca más abriría la puerta con la anticipada felicidad de recibir un golpe de calor. Sé que nunca más voy a regresar a aquella casa entre la nieve, que nunca más caminaré, sintiendo con placer el primer viento helado en la cara, hasta la esquina por donde pasaba el ómnibus, y que tampoco leeré de nuevo el diario en ese interior calefaccionado que fue tan familiar, tan ilusoriamente mío como el colectivo que cuatro décadas atrás me llevaba a la escuela en Buenos Aires. (...) Nunca más Rafael y yo, en la blanca Edina, nos cubriríamos con capas y más capas de ropa para salir a la noche, solo para sentir el sablazo de 20 grados bajo cero que perforaba los gamulanes, atravesándolos como si fueran inmateriales.

No aparecen, en textos como estos, alusiones a departamentos o bienes, sí a la herencia recibida en términos de esas costumbres, ideas y saberes que constituyen a una persona, con los que -y contra los que- se construye.

Los amigos de Beatriz Sarlo, que abogan porque el heredero sea Sato, se preocupan sobre todo por quién manejará su obra, algo que Meza no reclama. Si el marido legal queda excluido,

Fuente: telam

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