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27/01/2025

La belleza de la semana: “El laboratorio”, de John Collier, y la historia de las envenenadoras de París

Fuente: telam

A 175 años del nacimiento del pintor prerrafaelita, las intrigas detrás de una pintura que ilustró el caso de una asesina que despertó una “caza de brujas” durante el reinado de Luis XIV

>En junio de 1676, Marie-Madeleine Anne Dreux d’Aubray, la marquesa de Brinvilliers, era decapitada tras haber sido torturada. En 1895, el pintor prerrafaelita John Collier presentaba El laboratorio, una obra que despertaría polémica en tiempos victorianos en la que, inspirado en un poema, representaba el momento en que la aristócrata francesa se reunía con un boticario para preparar una poción venenosa para dar fin a la vida de su padre. El caso despertaría una caza de brujas durante el reinado del francés Luis XIV e, incluso, sería de manera indirecta un eslabón más en la caída del imperio.

Es que Collier (1850 - 1934) perteneció a una segunda camada de la Hermandad, cuando ya el movimiento había ganado la pulseada de los críticos de turno, en la que tuvo un rol crucial John Ruskin, y logró un posicionamiento como un excelso retratista, llevando al lienzo a figuras de su tiempo como el escritor Rudyard Kipling, el pintor Lawrence Alma-Tadema, los actores J.L. Toole y Mrs. Kendal, políticos como John Burns, el astrónomo William Huggins y los biólogos Thomas Huxley y Charles Darwin, entre muchísimos otros. Por otro lado, fue uno de los 24 miembros fundadores de la Sociedad Real de Retratistas y formó parte del Instituto Real de Pintores al Óleo, y recibió al final de su vida la Orden del Imperio Británico.

Más allá de la gloria retratística, Collier también se destacó por sus “problem pictures” (cuadros problema), pinturas en las que representaba escenas cargadas de dilemas morales y sociales, diseñadas para provocar especulación y debate entre los espectadores, como es el caso de El laboratorio. Dentro de la Hermandad, tomaría la posta de Cada vez que una de sus obras “problemáticas” debutaba en la Royal Academy, el debate público y la atención de la prensa estaban asegurados. No se sabe si detrás de esto había un real interés por los temas o era una manera de permanecer en la escena, lo que lo convertiría en una especie de maestro de la autopromoción victoriana. Aunque es posible que, justamente, esa aceptación de la beautiful people entre la que circulaba, casi como un equivalente a un pintor de la corte real, no colmara sus propios deseos y expectativas artísticas.

Durante las décadas del 80 y 90, el artista produjo varias piezas dramáticas entre las que se destacan representaciones de Cleopatra, Clytemnestra, la sacerdotisa de Delfos, Lilith y Lady Godiva (su obra más famosa) o los Borgia. A su vez, tampoco se deben subestimar los cambios sociales que se venían produciendo; a fin de cuentas, un artista es su talento y sus circunstancias.

Entre otras de sus famosas “problem pictures”, en los que planteaba dilemas sociales y morales, se encuentran La hija pródiga (1903) y Un ángel caído (1913), ambas centradas en mujeres enfrentadas a situaciones complejas que desafiaban las normas sociales.

Ahora, volvamos al caso de El Laboratorio, pieza en la que una vez más se aprecia el uso magistral de los contrastes para centrar la escena en el relato. La única fuente de luz proviene de un horno encendido, que está fuera del marco hacia la izquierda, desde donde el fulgor resalta las facciones, iluminando una sonrisa sardónica del boticario y capturando los rasgos decididos de la mujer. Hay, en la obra, un halo de misterio que se produce en este encuentro de gestos y el humo que envuelve a los protagonistas, con un fondo que nos advierte que todo está sucediendo en la oscuridad por alguna razón non sancta.

Para el óleo, John Collier tomó, en sí, su inspiración de un poema homónimo de 1844 de Robert Browning y la pintura fue adquirida ya en este siglo por la Arts of Imagination Foundation, de Los Ángeles, una organización sin fines de lucro dedicada a preservar obras narrativas arquetípicas de relevancia cultural, a través de una venta privada organizada por Christie’s, por lo que se desconoce el valor de la transacción.

Sobre la envenenadora de París

Así, la joven planeó, junto al capitán, la muerte de su padre y luego la de sus dos hermanos, entre 1666 y 1670, con el supuesto objetivo de asegurarse la herencia familiar. En 1672, el militar murió de causa natural y cuando se analizaron sus papeles se encontró un cuaderno junto a una serie de cartas con la confesión del hecho.

En las misivas se detallaba el uso de un veneno conocido como “agua tofana”, cuya preparación habría sido enseñada a la marquesa por Sainte-Croix, quien a su vez lo habría aprendido de un preso llamado Exili durante su estancia en la Bastilla. Con estas pruebas se ordenó su detención, pero para entonces la marquesa ya era una prófuga.

Durante el proceso, la marquesa fue sometida a un método de tortura que consistía en obligarla a ingerir grandes cantidades de agua, superando los nueve litros, y bajo estas condiciones, confesó los crímenes. Pese a las objeciones de su abogado, el tribunal consideró suficientes las pruebas presentadas, incluidas las confesiones y los documentos de Sainte-Croix, para condenarla a muerte. El 17 de julio de 1676, fue decapitada y su cuerpo fue quemado en la hoguera.

El caso de la marquesa despertó un polvorín de acusaciones y, entre 1677 y 1682, hubo 442 sospechosos, de los cuales 367 recibieron órdenes de arresto, 218 fueron detenidos, 34 personas fueron ejecutadas, 2 murieron durante las torturas, 5 fueron condenadas a galeras y 23, exiliadas.

El escándalo fue tan grande y parecía no tener fin, por lo que el monarca ordenó el cierre de todas las investigaciones y, entre las consecuencias tipo “efecto mariposa” uno de esos exilios cambió el destino del rey y el imperio francés para siempre.

Entre los acusados más notorios se encontró Catherine Monvoisin, conocida como La Voisin, quien fue arrestada en 1679 tras ser señalada por otra envenenadora, Marie Bosse. En sus declaraciones, La Voisin involucró a miembros destacados de la corte, incluyendo figuras de la nobleza, la guardia real, condesas, duques y duquesas e incluso una amante oficial del rey, Madame de Montespan.

Entre los expulsado tras las acusaciones de La Voisin estuvo la condesa Olimpia Mancini, quien se marchó junto a su hijo hacia los actuales territorios austríacos. Allí, el niño, Eugenio de Saboya, tuvo una brillante carrera militar al servicio de la casa de los Habsburgo, enemigos de Francia, y contribuyó al fracaso de Luis XIV en su lucha por la hegemonía europea.

Fuente: telam

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