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18/02/2025

El final de Leopoldo Lugones: su rutina antes del suicidio y el amor prohibido con una mujer 30 años menor

Fuente: telam

Repudiado por sus ideas políticas, el poeta cordobés se sintió acorralado y decidió terminar con su vida. La tensa relación con su hijo Polo. Y los deseos del escritor para el destino de sus restos

>Ese viernes una estudiante de Letras paseaba con una amiga por la ciudad de Montevideo. Mientras caminaba por la rambla, tuvo el peor presentimiento. Su espejo de mano se había hecho añicos. Entre supersticiosa e intuitiva, le comentó, enigmática, a su acompañante: “Hoy cambia el curso de mi vida”. La chica, llamada Emilia, era el amor clandestino del poeta Leopoldo Lugones quien, del otro lado del Río de la Plata, ese 18 de febrero de 1938, estaba decidiendo el desenlace de su vida.

Vestía de negro y lucía un sombrero también oscuro. En la estación fluvial abordó la lancha colectiva La Egea. Los pasajeros que lo reconocieron notaron que iba leyendo el libro Los que pasaban, de Paul Groussac.

Lugones había nacido el 13 de junio de 1874 en Villa María del Río Seco, Córdoba. Era un poeta y escritor que a los 20 años decidió vivir en Buenos Aires. Antes, se había casado en su provincia con Juana González, con quien tuvo un hijo, Leopoldo, que sería conocido como “Polo”, y que sería determinante en su vida.

Empezó siendo socialista. En su juventud fundó con José Ingenieros el diario La Montaña. Por su obra literaria cosechó premios, escribía en el diario La Nación, y además de su empleo como director en la Biblioteca Nacional de Maestros, había sido el fundador de la Sociedad Argentina de Escritores.

Los militares encontraron en sus palabras los argumentos necesarios para inaugurar décadas de golpes y asonadas. Y en muchos de sus amigos y conocidos del poeta produjo el efecto contrario: enojo, desprecio y repudio. Muchos dejaron de dirigirle la palabra y en la calle le daban vuelta la cara.

Se sentía solo y se volvió hosco, hasta que una mañana de 1926, una jovencita acudió a la Biblioteca del Maestro para conseguir un ejemplar de su libro Lunario Sentimental. La obra, editada en 1909, estaba prácticamente agotada y la chica debía leerla como tarea asignada en el Instituto del Profesorado, donde estudiaba.

No solo le dedicó Lunario Sentimental, sino que además le regaló un ejemplar de Las horas doradas. Ella, veinteañera; él, 52 años, comenzaron una relación en ese mismo año 26. Le enviaba poesías escritas en castellano, francés e inglés, firmadas como Osolon de Ploguel o Ugopoleón del Sol. A Emilia la llamaba Diamela Gacelio o, simplemente, Aglaura. Así puede verse en la segunda edición de Lunario Sentimental: “A Aglaura, mi dulzura”.

La confidente de la chica era su compañera en Filosofía y Letras, María Inés Cárdenas de Monner Sans. Emilia dispuso que, a su muerte, las cartas de amor pasaran a sus manos. En el libro que escribió “Leopoldo Lugones. Cancionero de Aglaura. Cartas y poemas inéditos”, se revela un poeta profundamente enamorado:

“El sabor de tus labios queridos permanece en mi boca con un gusto de flor, que es el tuyo, mi diamela, y hasta el vacío de mis brazos conserva todavía la suavidad de tu cintura.”

“…nunca imaginarás lo que vale como perfume del alma este dolor que me queda, único, de las palabras con que me daba en ti, un delirio, mi pasión, mi sangre, mi tortura, mi agonía…

“Qué dulce y tierna eres, mi garcita de plata mi pichoncito de oro. Y si te tuviera aquí una vez más, otra y mil te devoraría”.

El que se interpuso en sus vidas fue Polo, el hijo del poeta. Durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear había sido director del Reformatorio de Olivera, donde había sido acusado de corrupción y abuso de menores.

Polo se enteró de la relación clandestina de Leopoldo, y visitó a los padres de la joven, Domingo Santiago Cadelago, ingeniero de la Armada, y su esposa Emilia Moya, en su casa de Villa del Parque. Les contó del amor oculto de su hija. Les dijo que hacía tiempo había intervenido el teléfono, que tenía grabaciones de conversaciones y les advirtió que si esa relación no concluía, haría declarar insano a su padre.

Las amenazas surtieron efecto. Nunca más se volvieron a ver. Él le siguió escribiendo: “Ayer mientras iba del Círculo a La Fronda, ¡tenía tanto deseo de verte! Me parecía a cada instante que serías una de todas; y todas eran feas, vulgares, tontas, cursis. Y la primavera se quedó triste sin su golondrina”.

Emilia siempre culpó a Polo del estado depresivo del padre, que lo terminó llevando al suicidio, y que la principal causa fue que haya hecho lo imposible por cortar la relación.

Luego de un viaje de una hora y media, Lugones llegó al El Tropezón, un recreo de veinte habitaciones que había abierto sus puertas en 1929. Construido por Luis Giudici, estaba en un recodo que forma el Paraná de las Palmas con el canal Gobernador de la Serna. Los primeros recreos en Tigre se establecieron por 1870 y proliferaron gracias a la llegada del ferrocarril, con la instalación de un casino y las lanchas de paseo. Domingo Faustino Sarmiento tuvo una casa en una isla y fue un gran impulsor en el desarrollo de la zona.

A la hora de la cena, golpearon a su puerta. “Ya voy”, se escuchó. Como el tiempo pasaba y no se presentaba, fueron nuevamente a llamarlo. Esta vez, nadie respondió. Encendieron las luces del parque porque supusieron que estaba dando una caminata.

Dejó dos cartas, una para su esposa y otra para su hijo. En una nota abierta, se leía: “No puedo terminar el libro de Roca. Basta”. Luego: “Que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos”.

Emilia falleció soltera el 12 de mayo de 1981. Su última voluntad fue que la enterrasen con un gato de peluche que le había regalado Lugones.

El Tropezón debió cerrar sus puertas en el 2004. Desde ese fatídico día, sus dueños no volvieron a ofrecer esa habitación a los turistas, que se ha mantenido tal cual cuando el poeta, solo y despreciado, decidió que el veneno fuera el fin de sus angustias y dolores. Lejos de su Aglaura.

Fuente: telam

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